10/06/2010

El heladero

Hola, soy una persona anónima, con una historia trascendente y caduca entre una población mundial de unos siete mil millones de humanos. Nací en un pequeño pueblo costero, y desde bien pequeño me gustaba ver a la gente feliz. Los observaba con mis prismáticos en la playa, jugar o divertirse. Tenía predilección por ver a las parejas, ponía el despertador a la hora en que aparecían los primeros rayos de luz, y con suerte coincidía la mirada con un par de tortolitos haciendo el amor. No siempre curioseaba sus cuerpos irradiarse calor, muchas veces, me limitaba a atender a sus bocas, concretamente, sus besos. Sentía que en esos momentos algo les unía, y yo, desde la distancia, me encontraba en comunión con ellos, ya nada importaba, solo éramos felices, ellos hablaban con sus labios y lenguas, enzarzados en una lucha de placer y gratitud, y mis ojos… mis ojos eran cómplices que animaban a ambos lados, a ganar y a perder la batalla. Conforme fui creciendo, lo vi claro, el sentido de mi vida, era ver felices a los demás.
Cada verano, cuando el calor apretaba, venia un heladero al pueblo; hacíamos cola por sus productos, esperabas paciente tus 5 minutos, y llegaba tu minuto de gloria, donde observabas los distintos sabores, cada uno con su textura, y empezabas a dudar de que lo querías, a pesar de haberlo meditado los 5 minutos anteriores. La indecisión era tal, que acababas pidiendo un cucurucho con 2 o 3 bolas. El cuarto de hora siguiente, consistía en una larga dosis, de placer solitario, rodeado de amigos, que al igual que uno, lamian y relamían lentamente sus bolas heladas, y lamento el símil. Ese hombre, poseía la capacidad, que adquirían las parejas de la playa, cuando se amaban, y todo ello… ¡Sin necesidad de una novia/o!
Para muchos de los niños del pueblo, ese señor era nuestro héroe, que nos visitaba cada año, para hacernos disfrutar de sus afrodisiacos sabores al paladar. Cada año, traía algún exótico sabor desconocido, como el pistacho o el pastel de queso, hasta que le conocimos, jamás hubiéramos imaginado la sabrosa mezcla de la menta y el chocolate… era, un héroe que nos traía esperanzas de un mundo mejor.
Dejé de tratar de sacar buenas notas en la escuela… ¿Para qué? Yo quería ser heladero.
Conforme pasaron los años, al acabar un trimestre, llevé las notas a casa:
Niño: Toma papa, las notas.
Padre abriendo un sobre y fijándose en el papel del contenido: ¡joder! ¡Ya está bien! ¿Para esto te pago una educación? ¡Has sacado suficiente en todo menos en gimnasia!
Niño: Pero papa, si lo he aprobado todo.
Padre: !Pero que huevos niño! En la vida no basta con el mínimo. ! Nos estas matando a mí y a tu madre! ¿Que no ves que yo quiero lo mejor para ti? Soy cartero, y nunca podre aspirar a más, tengo un sueldo de mierda, y todo porque no pude estudiar. Tú tienes las oportunidades que tu madre y yo no tuvimos. Y nos lo pagas así, con la ley del mínimo esfuerzo.
Niño: Pero papa, yo quiero ser heladero, y para eso no hace falta estudiar. Solo voy a la escuela para haceros felices.
Padre: ¿Heladero?! ¡Pero qué helado ni que pollas!! ¡Mi hijo no será un heladero de mierda! Tú tienes que llegar muy lejos en esta vida. Nos estas matando. En que hemos fallado dios mío. Verás el disgusto que se llevará tu madre, y ya sabes lo delicada de salud que esta, la vas a matar del disgusto.
Niño sollozando, después de una pausa: No se lo digas papa, te prometo que voy a cambiar a partir de hoy. Voy a hacer que os sintáis orgullosos de mí.
Padre: Esta bien hijo, no nos defraudes.
A partir de esa conversación todo cambió, yo no quería matar a mis padres, quería que se sintieran orgullosos de mí; primero era triunfar, y después, ya tendría tiempo de ser heladero.
Mis notas cambiaron drásticamente, ya era el primero de la clase, ya nunca volví a usar los prismáticos, ya solo había tiempo para estudiar. Mi madre no llegó a enterarse nunca de mi sueño de ser heladero. Con las buenas notas, me acabaron dando una beca, y pude estudiar en la mejor universidad del país, y para cuando acabé, ya me querían contratar las mejores empresas. Me ofrecieron un buen sueldo, y como solo vivía para mi trabajo, ascendí pronto en la empresa. Para poder ser más competentes, abrimos fábricas en estados del tercer mundo. El truco consistía, en corromper a los presidentes de esos territorios, y así poder pagar sueldos ridículos y saltarse las normativas de contaminación. Mi empresa, luego exportaba esos productos, llegando a vender las mercancías un 2000% de su coste original. Acabé siendo el socio mayoritario de una conocida empresa farmacéutica; tenia tanto dinero, que no sabía qué hacer con él, llegue a empapelar de billetes, muchas de las paredes de mis múltiples casas.
Esta mañana, me llego por correo urgente, un telegrama, que decía.
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Tu padre está muy enfermo
Stop
Ven rápido a verlo
Stop
Solo quiere verte
Stop
Tu tía que te quiere
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Voceé a mi secretaria, y le encargué que hiciera unas llamadas para preparar el jet privado, y que una limusina me esperara en el aeropuerto.
Le dije al chofer que me llevara al avión, y salí volando, al llegar, me esperaba el coche, y rápidamente llegué a mi pueblo natal.
Mis antiguos compañeros de colegio, me señalaban atónitos, y comentaban los unos con los otros, absorbidos por mi aparente poder. En la casa donde nací, estaba mi tía cuidando de mi padre. Ya no tenía pelo, y apenas dientes, su mirada se ilumino al verme:
Padre: Hijo, te he visto por la tele, has llegado lejos, muy lejos…
Hijo: Si papa, ahora tengo todo lo que tú no tuviste.
Padre: Te miro y me lleno de orgullo, ya puedo morirme en paz hijo.
Hijo: Gracias papa, era lo único que realmente quería.
Padre: Y pensar que casi te haces heladero…
En ese momento, sus ojos y pulmones, se quedaron inmóviles, mi padre había muerto. Ya no recordaba el sentido que le había dado a mi vida, y sus últimas palabras hicieron florecer la memoria. Yo solo quería, que mis padres estuvieran orgullosos de mí. Por no matarlos, me mate a mí mismo, y ese cadáver inmóvil, que antaño era mi padre, por no matarse a sí mismo, me mato a mí. Yo ya era solo una sombra de mi niñez, me había convertido en la medicina de las frustraciones de mis padres. Y quizás ellos, también se limitaron a ser un reflejo más perfecto de los suyos. Yo quería hacer feliz a la gente, por eso iba a ser heladero, y me había convertido, en un explotador de los pobres, y pensar que había fabricado vacunas en naciones pobres, para países ricos, y por no dar mis patentes, había consentido genocidios legales. Ni un billón de heladeros, podrían compensar mis ansias de poder, y me daba cuenta en ese momento. Mi corazón no lo resistió, y morí esta tarde, en la cama de mi padre.
Ahora ya estoy muerto, ojala hubiera sido un heladero de mierda.

Dedicado a Marc, te lo prometí hace 3 años, y hoy quiso salir.